Un día que empecé a preocuparme por comer cosas más sanas me preguntaba por qué tenía tanta ansia de pelotazos. Qué me daban esos gusanitos que otros no me daban. Y porqué narices tenía que comerme cada día de mi vida una o más bolsas de pelotazos.
Y después de reflexionar mucho me di cuenta de que a quien le gustaban los pelotazos era mi hermana mayor. Yo soy la pequeña de 4 hermanos, de los cuáles lamentablemente sólo quedamos mi hermana y yo. Con ella me llevo 9 años y ellos crecieron con 1 año de diferencia. Siempre envidié en secreto esa cercanía, al menos en edad.
Me sentía un poco fuera porque mi hermana era ya mucho más mayor que yo cuando podía empezar a jugar, y cuando empezaba a salir ella ya estaba emancipándose de casa.
Así que siempre estaba como Salem. Buscando su aprobación inconscientemente. Imitando cada cosa que hacía, o quizá las que me parecían más fáciles porque la verdad es que ella era buena estudiante y yo un desastre total.
Tardé mucho tiempo en darme cuenta de que mi adicción a los pelotazos surgió de una necesidad de encajar con ella. Y que al igual que Salem llegué a una familia donde los demás ya estaban más creciditos y no tenían tiempo para mi. Y que mi forma de acercarme a ellos era a través de la imitación.
Debo decirte que mi adicción a los pelotazos la superé hace muchos años y que ya no tomo ni refrescos ni ese tipo de snacks. Pero también … debo confesarte que cada 6 meses o así vuelvo a comprar una bolsa. Este mes tocaba y acabo de terminármela un poco antes de terminar estas líneas.
Lo he superado, si, pero volver a comerlo me traslada a una emoción casi olvidada, que está ahí y que me hace sentir feliz. Como cuando era una niña despreocupada y sólo quería encajar. Ahora ya no necesito la aprobación de los demás, pero de vez en cuando saco a mi niña interior a jugar.
Reconozco que si me ves por la calle y me invitas a una bolsa de pelotazos te diré que no. Que hasta dentro de 6 meses no toca. Y aunque no lo quiera reconocer, en unos meses volverá a aparecer como por arte de magia una bolsa de pelotazos en mi despensa.
Estará unos días, quizá un par de semanas no creo que más. La miraré y ella me devolverá la mirada con sus alegres colores verdes y naranjas. Y un día, cuando nadie me vea me dejaré arrastrar y con ganas abriré la bolsa y no pararé hasta que me zampe los 105 gramos que contiene.
Estoy segura de que te ha recordado algo. Algo que tú también haces inconscientemente y que no tiene un sentido aparente.
Algo que si lo piensas bien podrás encontrar que era otra persona quien lo hacía. Quizá era una frase, una actitud, quizá era tu abuela la que fumaba y ahora eres incapaz de dejar de fumar porque sientes que “tú eres así”. Y resulta que no, que tú no eres así, que así era tu abuela.
Quizá es más una manera de comportarte, quizá son tus relaciones que parece que nunca van bien, y mirando con atención te das cuenta de que tu tío era un conquistador, de los que nunca se dejan echar el lazo. Y tú te preguntas por qué no eres capaz de tener una relación duradera.
Puede ser que incluso lo sepas, que sepas que escogiste ser abogado porque tu padre te lo dijo y porque en tu familia todos eran abogados. Pero ya lo has aceptado, ya te has rendido y ni siquiera te planteas dejar tu propia bolsa de pelotazos y preguntarte que es lo que realmente te gustaría hacer.
Si te has sentido identificado es porque ha llegado el momento en que quieres desenmascarar ese patrón familiar que no es tuyo y que llevas contigo como una enorme mochila desde hace muchos años.
Ese peso a cada paso que das en tu día a día tiene una triste cantinela que si prestas atención dice lo siguiente: Tu no eres suficiente, tu no eres suficiente
¿Qué tal si te decides y tiras esa mochila de una vez? Pero te digo una cosa, sólo funciona si haces previamente el trabajo profundo de toma de conciencia.
No te preocupes, tengo un curso. Uno que preparé para una conocida que tenía que superar unos patrones familiares muy difíciles. Su bolsa de pelotazos era ser aceptada por la familia. Y para ello había cedido su tiempo para llevar el negocio de venta familiar aunque no le gustaba. En las horas que conseguía robar a su rutina hacía de madre y de esposa, y además sacaba tiempo para hacer lo que realmente le gustaba: ayudar a jóvenes adolescentes que estaban perdiendo interés en los estudios.
Se había formado en coaching pero en realidad casi no ejercía de ello, excepto en los tiempos robados. Si, sentía que robaba el tiempo al negocio familiar que no podía dejar porque se había propuesto resolver la deuda generada por su hermano y no resuelta por sus padres. Lo peor es que sufría de mucho estrés, tenía que tomar pastillas y gotas, naturales eso si, para los nervios en casi cualquier situación.
Y así fue cuando la conocí y la recomendé empezar a meditar para controlar el estrés. Y seguir con unos ejercicios sencillos y concretos para poder liberarse de esas responsabilidades que nunca fueron suyas y que estaban terminando con su salud, sus sueños y su vida.
Es sencillo. Y si se quiere y se hace, se puede. Si tú has pensado que ya va siendo hora de ocuparte de ti, entonces puedes. Más información del curso aquí
Si sólo te has divertido con mis historias, me alegro, espero haberte distraído de tu agitada vida.
Y el día que decidas que ya es tu momento puedes hacer el curso aquí.
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